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15 que no hubiere progresado mucho en sus sentidos y potencias, no se presenta ante ellos las figuras amables, ante las cuales puedan surgir las dudas en el entendimiento ofuscado por la propia grandeza del espectaculo y aturdido por la perentoriedad con que se le exige una opinion. Ahora no: han pasado siete veces cien afios, la figura de San Francisco esta muy lejos en el tiempo; en el tiempo, también, hemos tenido a nuestra disposicién ciento cuarenta lustros para meditar su vida, y he aqui de pronto que el burdo sayal, el pardo ciliciv, el saco ‘de asperén surge como una bandera tremolando en lo mas alto de la conciencia: ¢qué significa esto? Significa que la nueva figura suscita- da por Dios para nuestro aleccionamiento ejemplarizador es la som- bra que proyecta el recuerdo del santo, y que esta sombra vagando por los espacios siderales durante siete siglos ha llegado por fin al punto en que el sol de la divinidad lanza sobre su contorno los rayos espléndidos de su justicia y de su misericordia, Ahora ya no hay pretexto: 0 asemejarnos a S. Francisco para imitar a Cristo Jestis, 0 reconocer que no tenemos sentido, ni senti- dos; que nuestro espiritu es la mas tenebrosa de las vacuidades, y que es un pedernal nuestro coraz6n incapaz de dar chispas. os P La filosofia y la psicologia contemporaneas dando de mano alas preocupaciones materialistas, positivistas y evolucionistas, y depu- rando los distintos matices del idealismo de Platén y de Aristételes, de Descartes y de Kant, de Hegel, de Bergson y de Ostwald, han llegado a la conclusi6n de que no solo es el ideal lo que informa nues- tra naturaleza, el sentido de nuestra existencia, el principio y el fin de nuestro ser, sino que siendo lo tinico absoluto y eterno en la esen- cia de nuestra vida, debemos sacrificarle esta en todo momento si queremos ser ldgicos en nuestro vivir. Ahora bien; este ideal a cuyo logro se oponen, la incomprensién de nuestra inteligencia, la rebeldia de nuestro corazén y el barro de nuestro ser, llamese verdad como quiere la ciencia, digase belleza como apetece el arte, designese bondad como la moral reclama, es uno en esa trinidad aparente de un mismo prototipo, modelo y ejem- plar de perfeccién con los multiples matices, variedades y formas de aquellas tres dimensiones de la calidad; y ese ideal tinico completado por tantas y tantas perfecciones es sencillamente hacer la voltuntad de Dios cuya doctrina se lee en los Evangelios, se vive en S. Fran- cisco y se recuerda como nunca se recordé en su actual centenario.

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