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—— -—— e la práctica es tan antigua casi como el mundo, y no hay un Monarca en el orbe que no la siga; ¿ y se zahiere al Monacato porque usamos de unos vestidos análogos en cada cual de los religiosos á nuestra res- pectiva profesion ? Es menester no conocer á los hombres, é ignorar absolutamente las historias para contradecir esta costumbre. La Religion Capuchina usa de un trage el mas aba- tido, el mas grosero y el mas pobre que se puede en- contrar; pocas nos igualan en la aspereza del vestido, y ninguna nos excede. Mas ¿hay por ventura muchas que superen, Ó tal vez igualen en severidad á nuestra reforma ? ¿No son sus profesores los qu abrazan la po- breza Evangélica en todo su rigor? ¿Pues que estra- ñío és que su hábito sea tan grosero y penitente? Es una especie de heroismo elegir esta clase de mor- tificacion á la vista de un mundo que tanto se esme- ra por hacer brillar el buen gusto y delicadeza en los vestidos; y este es el que está resuelto á empren- der D. Joaquin Caravallo. Llega el dia 5 de Enero de 1790. Este era el día destinado por la divina Providencia para que se viese eu nuestro Convento de Sevilla el ruidoso espectáculo de un jóven que vá á poner sus plantas sobre: todo lo que la vanidad mundana ofrece de mas encantador y li- sonjero. La fama de este fenómeno tan chocante á los ojos de las pasiones, se ha esparcido por toda Sevilla. La curiosidad de unos, el amor que le profesaban otros, y la admiracion que reinaba en todos, hace acudir á Capuchinos multitud de gentes que no están acostum- bradas á registrar aquellos lóbregos cláustros; su pia- dosa familia, que por ideas equivocadas habia opues- to alguna resistencia á- sus deseos, ya se entra por las puertas para ver á la prenda querida de su corazon, en el acto mas tierno y sensible; todos esperan con an» sia el momento de la ceremonia religiosa.

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