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2 : Siete años estuvo encerrado en su Convento; como lo está el hierro dentro de la fragua, caldeándose con: el incendio de la oracion continua, y' recibiendo sobre sí los golpes de una maceracion rigorosa, hasta que aquel mismo Señor que lo habia llevado á la soledad para ha» blarle alli 4 su corazon, lo llamó afuera para que acu- diese á socorrer á sus hermanos que perecian. Jamas ha necesitado Sevilla, la España, y aun la Iglesia santa de varo. nes ejemplares tanto como en los dias del V. P. Salvador. ¡Qué siglo! Siempre las puertas del Infierno han estado en oposicion contra la Iglesia de Jesucristo, pero quizás nun- ca con tanta furia como en los aciagos dias que hemos alcanzado. Se ha tratado de insultar á Dios en su misma cara, se le han disputado sus derechos y soberanía, y no se le ha destronado porque no hay un arbitrio para esca- lar su escelso palacio, ni para insurreccionar contra él sus fieles tropas. Sinembargo, el vil insecto que arrastra por el polvo, ha creido poder, ya que no sea derribarlo de su solio, á lo menos despedazar ó desmenuzar la mag- nífica obra que él mismo bajó de los Cielos á erigir en- tre los mortales; obra preciosísima trazada desde ab eter- mo por su inefable sabiduría, obra que fue la querida y privilegiada de su amor, la obra príncipe de sus manos, y en la que puso tanto esmero, que nada le ha costado ni puede costar mas. Creyó el impío que esto lo podia conseguir : levantó su frente, erigió su brazo, se fue de- recho hácia Dios con el cuello erguido, y juró que habia de poner bajo sus plantas el edificio que Jesucristo ha- bia levantado con el sudor de su frente, y con la sangre de sus venas. El Alcazar de la Religion fue socabado por sus cimientos, tembló todo este magnífico palacio, -bam- boleó en términos que no ha habido un fiel, un creyente que no clamase despavorido, Señor , ayúdanos ;'el Templo sagrado se hunde, viene á tierra, perecemos. La misma suerte amenazaba á los tronos. La desmoralizacion no po- dia ser mas general. Como un torrente impetuoso que ha-