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19 na salubérrima! ¡O espresion digna del pasmo y admira- cion de todos los siglos! ¿Quien habia de creer que un Dios tan. grande habia de bajar espresamente del alto so- lio de su inefable Magestad, donde le adoran temblando los supremos Serafines para dar esta enseñanza, y para ponerla en práctica? La puso. efectivamente en Belen, en Nazaret, en el Calvario. ¿Quién jamas en su vida se ha abatido tanto, se ha anonadado tanto como nuestro Dios y- Salvador Jesucristo? Toda su conversacion que en este mundo tuvo con los hombres, fue ejemplar de humil- dad. Esta leccion la aprendieron los Apóstoles, los Már- tires, los Anacoretas, las Vírgenes, los Predestinados to- dos: en esta hizo progresos admirables N. S, P. S, Fran- cisco, y cuantos han seguido sus heróicas pisadas, y esta misma la practicó toda su vida ejemplarísimamente el V. P. Salvador de Sevilla. No puede reducirse 4 palabras lo que él hizo para bus- car los desprecios, y para que todos lo tuviesen en el concepto mas bajo y despreciable. Ya hemos visto en los capítulos pasados varias acciones bastante raras y edifica- tivas á los ojos del mundo, mas no las que practicaba den- tro del convento, y á la presencia de los Religiosos: Co- mo se tenia por el mas inútil, y el que menos merecia el gran beneficio de la vocacion al claustro Capuchino, bus- caba siempre el último lugar; su gusto era servirles á todos ya en la Hebdomada, ya en lo que se les ofrecia. Nunca se le vió la menor apariencia de vanagloria, an- tes cuando se hacia alguna estimacion de su mérito tem- blaba , se horrorizaba, y hacia cuanto le era posible pa- ra que no se pensase de él tan favorablemente. En una. ocasion sucedió que un Religioso fue 4 su celda, y le dió la noticia de que el M. R. P. Proyincial habia resuelto darle la Cátedra , por ser el mas benemé- rito de-todos sus condiscípulos. Al oir esto se afligió tan- to, fue tanto lo que fue y vino á la celda del Prelado, lo que clamó, lo que se apuró, y tal la amargura de su

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