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19 AA reste que decir. En la época de su vida penitente fúe con especialidad tan sublime “el ejercicio que hizo de esta vip- tud , que se consideraba como el pasmo y la admiracion de la Comunidad. Vamos á decir alguna cosa en com: probación de esta verdad. CarIruLo 17. Sigue su humildad ejemplarisima. Humildes son, decia S. Lorenzo Justiniano, (1) los que conocen su propia flaqueza; y conociéndola se despre. cian á sí mismos, y se tienen por viles y dignos de toda afrenta. Esta leccion no se aprende en los liceos, ni en las academias. Los antiguos filósofos quisieron hacerse cé- lebres por el desprecio de los honores y de las honras mundanas, pero nunca pudieron entrar en el conocimien- to de la humildad verdadera. Esta sabiduria es toda céz lestial, fue menester que Dios mismo viniese en persona á enseñarla y practicarla para que el hombre la pudiese conocer. Una vez sola se lee que Jesucristo hubiese dicho aprended de mi: yoz de autoridad , voz de Maestro que enseña, voz de una santidad inefable, que se pone á sí misma por modelo del hombre, yoz de un Dios humana- do que quiere le imitemos los miserables mortales. Apren- ded, dice, no por medio de palabras elocuentes, no por ra- zones abstractas, no por disputas y sentencias agudas, si- no por los ejemplos, no de otros, sino mios: aprended de mi, que os hice, que os busqué, de mi que os hallé, «y os redaje cual ovejas estraviadas á la presencia de mi Pa- dre, á mi redil con tanta misericordia. Aprended de «mí que soy vuestro Maestro, vuestro camino, verdad y vida. ¿Y qué hemos de aprender? Por ventura á fabricar Cie- los, á resucitar muertos, á sanar varios géneros de enfer- medades, á hablar cosas sublimes, y anunciar las futuras? No. ¿Pues qué hemos de aprender, cual es la doctrina que nos quereis enseñar? Aprended de mí, dice, que soy manso y humilde de corazon. ¡O palabra dulce! ¡O doetri- (0) $ Laur, Just, Ligo. vitae de humilit,

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