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20 cluyese la sagrada Teología. Como esta Ciudad ofre. ce mayores motivos de distraccion y objetos mas peli. grosos, el Venerable redobló en ella toda su vigilancia y cuidado. Jamas levantaba los ojos para mirar cosa alguna, y vivia en aquella Babilonia de Andalucía co- mo si morase en los desiertos de la Libia. ¿Qué dire- mos de su penitente maceracion en aquellos dias de su ju- ventud ? No arriesgaremos nada en afirmar que era un verdugo de sí mismo, y que trató á su cuerpo coma pudiera un Diocleciano á un profesor del Evangelio. su carne y la hermosura de su rostro Negaron á desfalle= cer - y marchitarse. Sus disciplinas de sangre, sus ayu- nos, sus cilicios destruyeron la. lozania de su cuerpo, y mas parecia ya un cadaver ambulante, que un hombre con. vida. Ya habia desaparecido todo el brillo de sus alegres años; ya la cuchilla de tantas maceraciones la habian de tal manera sacrificado á Dios, que solo. para él vivia, y su vida estaba escondida ea su amable Ke- dentor, Aun era mayor que la esterior la mortificacion. inte= rior de sus pasiones ; las llegó á dominar de tal manera, que para él no habia ni aun siquiera aquellos primeros movimientos que á ocasiones imprevistas asaltan repenti- namente aun á los mas santos y virtuosos. Nunca se le ob- servó alterado, ni mudado, aunque lo sorprendiesen+con la: reprension mas injusta, nunca salia de sus labios ni uña escusa, mi una queja del agravio que recibia. Su silencio era continuo, no hablaba ni aun con sus propios condiscípulos. Su boca no se abria ni aun para las palabras mas inocentes, 4 no ser que la obediencia d. la necesidad lo estrechase. Siempre se hallaba ó en las ocu- paciones que le tenia destinadas la obediencia, ó en el re- tiro de su celda. Pues si es constante que la virtud no admite estabilidad en un grado mismo, sino que siempre va subiendo y perfeccionándose. mientras el Justo vive esta carne mortal, ¿qué será nuestro V. P. cuando. llegue

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