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10 nada con las gracias esquisitas que el Señor concede á sus amigos, este, decia S. Juan Crisóstomo, (1) aun- ue lo viésemos oprimido y cercado de innumerables cadenas, aunque haya vivido siempre en un calabozo, si lo vemos reducido á la mayer desdicha, á este debe- mos llamar Bienaventurado, á este considerar como di- choso , y á este debemos levantar hasta los astros. Esta opinion debemos tambien formar nosotros del virtuoso y V.P. Salvador, ¡qué le faltaba para constituir- lo un hermoso espectáculo á los ojos del Señor y un per- fecto religioso! Adornado con los atractivos de una edad fresca, de unos modales agraciados, y de una finura graciosa y amable, hacia resaltar hasta un punto de es- traordinario ejemplo y edificacion la compostura y mo- destia de su semblante. Nunca levantaba los ojos no solo para mirar objetos profanos, sino que opinan sus mis- mos condiscípulos que ni aun vió el techo de su celda en todo el tiempo de Colegial. Por las calles iba con tanto recogimiento interior, y con tal mortificacion de la vista, que yendo una tarde con su Lector de compañero venia uno, que tal vez se- ria montañes, hacia ellos con unas tablas encima. (2) El pobre hombre no repara mas que en su peso, solo atiende á su camino y nada se le dá (como suele tan- tas veces observarse) tropezar con otro ó causar con su estorvosa carga algun mal encuentro, pues asi hubie- ra sucedido con nuestro Venerable; iba este caminando con su acostumbrada modestia, y si el Lector no le gri- ta para que se separe hácia un lado, el bueno del hom= bre le rompe la cabeza con los tableros, porque el Ve= nerable nada veia. Pues si no miraba estás cósas ¿CÓs mo habia de ver las del mundo? Bien se puede ase- gurar que estuyo en Jerez, y que nada vió de esta po» pulosa Ciudad. Trasladaron el curso á Cádiz para que allí con- (1) 5, Crisoste ibi, (2) Relac. del P, Santof. N. 11.

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