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— que no se hallaba mas que ceguedad, confusion y tinieblas; y en una sola cosa convenían, que era en oponerse con todas sus fuerzasá la santa roma- na Iglesia. Anhelaba, pues, el siervo de Dios á de- fender á nuestra madre la Iglesia romana de esta hostilidad, y pelear con ardiente celo contra todos estos mónstruos que la movian. Para poder con mas inmediata noticia refutar sus falsas y perju- diciales doctrinas, iba con frecuencia á oirlas; y como su memoria era tan feliz, conservaba en ella todos los textos y razones que los predicantes ale- gaban para su intento; y despues subiendo al púl- pito, los iba refiriendo por el mismo órden y fide- lidad que los habia oido, y descubriendo la falsa interpretacion que se les habia dado, proponia la mas genuina y conforme á la Sagrada Escritura, confrontando unos lugares con otros y esto con un lleno de autoridad y doctrina tan celestial, que admiraba á los mismos sectarios, que unos por curiosidad y otros por inclinacion le iban á oir, ponderando todos la felicidad de su sabiduria, la elocuencia en el decir, la suavidad y dulzura de su voz, de suerte que confesaban muchos, que aquello no era natural y que aquel capuchino era ilustrado del cielo. Una máxima cristiana, entre otras observó siempre el siervo de Dios para con los herejes y ayudó mucho á su conversion y fué, que aunque herian estos con oprobios y contume- lias á la Iglesia romana y fé católica, publicando impíamente, que las costumbres de todos los ca- tólicos eran tan viciosas y execrables como las de algunos sacerdotes, no obstante el siervo de Dios

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