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a que corria de su mucha erudicion en la lengua he- brea, é inteligencia profunda de los códices anti- guos y modernos de los Rabinos. Convidó el Car- denal á una disputa pública en su palacio al va- ron santo, y á los maestros más famosos de aquella numerosísima Sinagoga. Admitido el partido y se- ñalado el dia, concurrieron cuatro de los mas sa- bios rabinos, muy prevenidos, y armados de libros. Concurrió tambien nuestro Lorenzo sin libro algu- no; aunque llevaba en su feliz memoria y agudo entendimiento toda una librería animada. Solo una prevencion no quiso omitir, que fué una larga oracion y cruenta flagelacion, pidiendo al Señor gracia, para alumbrar á aquellos ciegos y obsti- nados corazones, conociendo, que de la conversion de aquellos principales ministros, pendia en gran parte la de otros muchos. El concurso era grave y respetuoso, compuesto de Eclesiásticos y secula- res. Presentóse el siervo de Dios sin otra preven— cion que su divina gracia. Empezaron los hebreos con mucha algazara sus argumentos, ayudándose unos á otros, revolviendo libros y registrando tex- tos. Pero el varon santo, sin alterarse y lleno de gravedad religiosa, respondia á los argumentos, citando, y refiriendolos textos de la Biblia hebrea, y tambien los de su secta, con tanta puntualidad y legalidad, como si los estuviera leyendo. Los mismos argumentos que ponian al siervo de Dios, eran pruebas de lo que él intentaba persuadir; porque alegando textos de sus mismos escritores, tenidos entre ellos en mucha veneracion, y reci- tando de memoria capítulos enteros, sin errar en

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