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— 01 — dor, debe manifestar primero su ciencia clara y sincera, y luego la ardiente é inflamada caridad para con Dios y para con el prójimo. Y como el calor es compañero inseparable de la luz, segun se ve en cualquier antorcha, y con mas evidencia en el sol, que á un mismo tiempo alumbra y calienta, así nuestro Brindis, á imitacion del Bautista, como Antorcha ardiente y lucida, á las instrucciones con que encaminaba sus auditorios al odio del pe- cado, al amor de la virtud y al culto de la reli- gion, juntaba fervorosas centellas de caridad, con que encendia los afectos respecto de Dios y del prójimo, atrayendo así las voluntades. Eran grandes los concursos de toda clase de gentes que á porfia iban á oirle, pues luego corrió por Venecia la fama del jóven predicador. Entre ellos, era no pocas veces su tio D. Pedro con los venerables sacerdotes del Seminario de San Marcos, que aunque ya tenian algunas pruebas de sus talentos, mientras habia vivido en su compañía, se admiraban ahora de sus increibles progresos. 8. Como sus palabras iban encendidas en el amor de Dios y celo de la salvacion de las almas, era maravilloso el frute que sacaba de sus sermo- nes. Los mas obstinados pecadores se movian á penitencia y hechos un mar de lágrimas sus ojos, confesaban sus culpas con admiracion de todos. Una de las conversiones, que mas golpe dió en Venecia, fué la de una señora ilustre y principal, y por eso mas portentosa y de mayor ejemplo. Era esta señora noble, hermosa, rica y de prendas tan singulares, que arrebataba la atencion y efecto

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