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lo uno encarnado, y otro blanco: el encarnado eran las sangrientas llagas de Jesucristo, y el blanco el can- dor, y pureza de Maria Santísima. Estos fueron los libros, en que leyó desde niño nuestro Brindis, y en estos aprendió todo cuanto supo. 6. Apenas cumplió nuestro venerable jóven el tiempo de sus estudios, en que mas habia orado que estudiado, cuando viendo los prelados el gran tesoro de virtudes y ciencia, con que Dios le ha- bia dotado, no quisieron que talento tan precioso se. perdiese por escondido, ú ocioso; y así con el mérito de la santa obediencia, le instituyó el gene- ral, predicador, aun antes de haber ascendido al órden sacerdotal, por faltarle mucha edad. Lleno de confusion nuestro humilde Brindis, haciéndose cargo de la grande obligacion de tan sagrado mi- nisterio (no obstante, que desde niño le habia ejer- citado) sabiendo que las palabras y las obras son vestiduras del alma, (que si se conforman, son or- nato vistoso suyo; y si no, son monstruosa fealdad) puso todo su cuidado en dar practicada en sus obras la doctrina de sus palabras; porque ayudada la verdad con las eficacias mas elocuentes del ejemplo, triunfase de las sombras del engaño y -cogiese de las virtudes el deseado fruto. Para dar feliz principio á su predicacion, eligió á María Santísima por su maestra y protectora en las em- presas del púlpito, como lo habia sido hasta allí de todas sus acciones. Las prendas de predicador naturales y adquiridas, eran en Brindis admira- bles; porque era facundo sin afectacion, discretí- simo en sus pensamientos, fundado en sus discur-
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