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tro Brindis, que junto con las demás prendas de sabiduría, ponia en admiracion á todos, y no hay duda, que de la oracion, mas que del estudio, sa- caba todas estas luces. Conocian los religiosos, que despues de la oracion, la asistencia al coro y cum- plimiento de sus oficinas, era cortísimo el tiempo que le quedaba para el estudio. Entre los capuchi- nos, los jóvenes estudiantes no tienen dispensa al- guna. Asisten al coro, como si no estudiaran; y estudian, como si no hubiera coro: á lo quese aña- de el peso grande de las oficines del convento; y como á nuestro Brindis, fuera de estas precisas ocupaciones, le veian los religiosos mas dado á la oracion, que á la leccion, confesaban todos, que su ciencia era mas infusa, que adquirida. Habia aprendido del seráfico doctor, y tenia estampado en su corazon, que la imágen de Cristo crucificado es el libro, que con internas y externas -letras compendió en sí todo lo que podemos, y debemos saber los fieles; y así empleaba todo el tiempo y solicitud en considerar, inediante la oracion, este libro, para todos abierto. Con este alcanzó tanta luz, aun de la humana sabiduría, como hemos vis- lo y veremos despues, Así lo confesó el siervo de Dios á un condiscípulo suyo, que por sus virtudes le era muy confidente. Preguntóle éste, admirado, de la sutileza de los argumentos y profundidad de los discursos, de qué libros se valia para el estu- dio; y el siervo de Dios le respondió con humildad, que entre todos los libros que habia manejado, desde que sabia leer, hasta entonces, los que mas habia es- timado siempre y le habian aprovechado , eran dos,

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