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os como si fuera nativa: de suerte, que disputando con los judíos, hablaba el hebreo con tal propie- dad, que se engañaron no pocos, pensando que era hebreo de nacion. Decia, que si la sagrada escri- tura se perdiera, no dudaba (con la ayuda del Se- ñor) la escribiria nuevamente en lengua hebrea (1). Cuando vino á España, le tenian todos por español, aun en los ápices mas delicados del acento: aun- que no es de extrañar, habiendo nacido en los do- minios de España, pues Brindis, su patria, con gran parte de Italia y el reino de Nápoles, estaba en aquel tiempo por los españoles; por lo que digi- mos en otro lugar, y ahora lo repetimos con. E gular complacencia, que nuestro siervo de Dios se puede llamar español. Este dón de lenguas le recibió de María Santísima, como veremos en su lugar (2), y le ayudó mucho para la predicacion y conversion de las almas, pues el Señor le habia destinado, no solo para una nacion, sino para mu- chas. La lengua hebrea y siríaca, decia el siervo de Dios, le habian facilitado mucho la inteligen- cia de la Sagrada Escritura, cotejando los textos de una y otra con la Vulgata, 6 latina. Y se tiene por cierto, que nuestra señora le enseñó la lengua he- brea para la mayor inteligencia de la Sagrada Es- critura (3). eS -5. Fué admirable tambien la memoria de nues- tro Brindis, pues aun en la niñez ya daba muestras (0) Suma de los procesos de Napoles, fol. 40 2 Cap. 10. núm. 11, 3 Suma fol. 56,

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