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a pero como no es posible esconder sus rayos el sol, así le sucedió al siervo de Dios, disponiéndolo el Señor para su mayor gloria. En todas la conferen- cias, en todos los argumentos salia siempre vic- torioso, aunque á pesar de su humildad, pero no pocas se notaba con admiracion de los circunstan- tes, que cedia fácilmente los triunfos y laureles, estando ya para coronarse, efectos todos de su pro- funda humildad. Estudiaba para saber, pero no para saber que sabia, y así se conciliaba el amor de todos, porque la luz de la sabiduría, sino la turban sombras y humos de vanidad, se lleva por su her- mosura los ojos y los aplausos. Así sucedió á nues- tro jóven, pues sus condiscípulos, llevados de su virtud y bondad, le buscaban en las conferencias privadas y hallaban en él tal lleno de doctrina, acompañada con tan singular claridad, quele mi- raban ya, no como principiante y condiscípulo, sino como maestro consumado, de quien apren- dian lo que ellos ignoraban. Uno de los condiscí- pulos que tuvo el siervo de Dios, fué el P. Fr. Hipólito Romano , predicador famoso de aquel tiempo y este confesaba públicamente que habia aprendido mas de Fr. Lorenzo que de su lector el P. Mecina. 3. Instruido perfectamente en la sagrada teo- logía, sin olvidar los sacros cánones, pasó al estu- dio de las divinas letras, como tan precisas para las tareas del púlpito. La leccion de la Biblia sacra era toda su ocupacion y esmero. Volvia y revol- via aquellas hojas con el mas profundo respeto, considerando eran hojas del Hibro de la vida. Leia : 4
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