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4 3 E he 2 ke ; — 53 — bierno acertado: fué luz del mundo que alumbró á todos los vivientes con su doctrina y ejemplo. Él venerado de los pueblos: él amado de los buenos, ido de los malos: él que abria los cielos á milagros: él órgano del Espíritu santo por donde respiraba reveiaciones y profecias. Varon tan gi- gante, que no se atreve la esperanza á caminar en busca de otro que le iguale, aunque lo solicite por el anchuroso campo de los siglos, de los deseos y aun de los discursos. Ultimamente nuestro beato Lorenzo es aquel gran sacerdote de cuyo fervoroso espíritu, y ardiente devocion al augusto Sacramen- to, apenas se hallará ejemplar en las historias. Hombre (si así se puede llamar) á quien se halla obligado todo el Orbe. Cuando niño, vistió el há- bito de los padres conventuales: despues el hábito clerical: profesó y trajo el hábito capuchino. Cuan- do muerto le pusieron el hábito de los per js ob- servantes; y. finalmente vivió no poco tiempo en S. Gil de Madrid entre los padres descalzos. De Alejandro Magno se dice que dejando el traje de su patria, se vistió el de los persas, para hacerse agradable á ellos: así parece que nuestro beato Lorenzo quiere hacerse para todos. Gloríase nues- tra España de haber tenido un tan excelente vasa- llo; pero esta gloria no ha de ser gloria vana, sino gloria de tener un tan gran santo para imitar sus virtudes: de tener un protector tan ilustre, que sin duda lo será en el cielo para con Dios y mirará á estos reinos y á su católico monarca con benig- nos ojos, alcanzando del señor mil bendicténes celestiales.
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