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Y o — 509 —— fuerzos todos de la medicina. Ni servian ligaduras, ni bastaban vendas, ni aprovechaban cabezales y la enferma se iba muriendo por instantes exangúe y sin aliento. Acordóse en tan evidente peligro, que tenia un pedazo de un pañuelo de los que ser- vian al varon santo en la Misa para recoger las lá- grimas: mandóle traer y con mucha fé se enco- mendó al siervo de Diosy dijo al cirujano se le aplicase á la herida. Pero ¡oh prodigio! apenas to- có á la vena rota aquella santa reliquia, cuando de repente cesó la sangre, se cerró la vena, se conso- lidó la arteria: siguiéndose á esto otros prodigios, pues ni en el pañuelo apareció mancha alguna de sangre, ni se conoció señal de la cicatriz, reco- brando el espíritu la enferma y volviendo á su co- lor natural, como si nada le hubiera sucedido. Hí- zose auténtica averiguación, y fué el primer mila- gro de los aprobados por la Sagrada Congregacion. 5. El segundo fué con Clara de Cossaghis, na- tural de Abiagraso en el Estado de Milan. Padecia esta señora un horrible cancro en un pecho, vi- viendo, 6 por mejor decir, muriendo atormentada de vivísimos dolores, creciendo estos aun mas allá del sufrimiento humano: profundizaba tanto la lla- ga, que casi se descubria el corazon y por consi- guiente iba cundiendo la desdicha bien alimenta- da, saliendo aquel martirio tremendo en lastimosa palidez al rostro y prorumpiendo tal vez en quejas desconocidas del albedrio: siendo un mal tan pro- lijo y tan horrible, que bastaba á sacar ayes á una estátua de bronce. Causaba á los médicos y ciru- janos lastimoso horror al ver, que lo mas levanta-
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