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— 412— se puede fácilmente colegir, qué angustias y tra= bajos pasarian estas pobres mujeres. Caminaba, pues, afligida la tierna doncella con sus compañe=. rassin saber por donde iban, venciendo en cada paso un peligro. La lobreguez de la noche, la soledad de las selvas, lo escabroso del terreno, la fatiga del ca= mino y lo que es mas, sin saber el rumbo que lleya= ban, las llenaba de tristeza y cobardía; y viéndose sin remedio humano, acudieron al divino; pero el Señor, que está pronto á favorecer á los suyos, dis- puso que encontrasen un jóven, llamado Juan de Pumarega, vecino de Corullon, el que las puso en el camino y las acompañó hasta Villafranca. A este jóven llamaba la sierva de Dios el ¿ngel de su guarda, óguia: y despues alcanzó de su padre, que se le die- se una porcion de hacienda; y que así él como sus descendientes, fuesen libres de tributos, como lo están en el dia. Llegó finalmente la sierva de Dios á Villafranca; y habiendo tratado con su santa tia su determinacion, de dejar el mundo y sus vani- dades y ser descalza, la dió el Só en su nuevo convento de la Laura. 8. Con gran consuelo de su alma se e hallaba en el noviciado, cuando sabiéndolo su padre, tuvo tal sentimiento (dice la historia), que estuvo para mo- rir; pero recuperado despues, pasó desde Nápoles -á Roma y consiguió de Clemente VIII un Breve, en que mandaba Su Santidad, que se le quitase el hábito, alegando habia sido engañada ó persuadi- da por su tia, para ser religiosa; pero Su Santidad para consuelo de la sierva de Dios, la dirigió otro Breve apostólico, que alabándola su vocacion y

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