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— 451— dos en el capítulo antecedente, pues su poca (6 ninguna) religion gradúa esta materia tan santa por torpe fanatismo. Todo lo atribuyen á causas naturales, sin atender que hay ciertísimamen- te causas sobrenaturales. No podemos asegurar, que los milagros, que hemos referido ahora y re- feriremos despues, sean de aquellos que se me- rezcan un asento infalible y cierto, pues esto toca á nuestra Santa Madre la Iglesia; pero las cir- cunstancias todas de pedir con una gran confian- za de humillarse con devocion de reconocer la su- prema potestad del Señor, la intercesion y mérito del santo, por quien se pide: todo esto inclina sua- vemente al corazon católicamente piadoso á creer sin violencia, que aquel fué favor especial del cie- lo. ¿Pero, qué prueba nos darán los filósofos críti- cos de estos tiempos para persuadir, que fué todo efecto natural? Será acaso su impiedad y su irreli- gion. Pero nos arguyen con nuestros mismos prin- cipios y dicen en tono de desprecio: ¿Qué creduli- dad se merecen los milagros tan decantados en las vidas y procesos de los santos, cuando de doscien- tos que se suelen presentar para la beatificacion de algun santo, apenas aprueba la Iglesia uno 6 dos? Luego los otros, ni son milagros, ni merecen el honor de referirlos. Este discurso, tan falaz co- mo impío, se desvanece fácilmente con decir que la Iglesia nuestra Madre cuando aprueba uno 6 dos milagros entre muchos, no desaprueba los demás; que es decir: Este, y este son milagros, sin meterse en los otros. Pero aun cuando los desaprobara, es decir, que faltan aquellas pruebas que son nécesa:

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