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> E angustias, con un rostro alegre y risueño, pronós- tico sin duda de la gloria que le esperaba, 6 acaso ardid de su gran prudencia, para no ser gravoso á los asistentes; y así enterrando su mal en la mas escondida urna del silencio, pudo vestir de alegría y de vivacidad el rostro de un difunto, de suerte, que un cadáver inmoble, yerto y desfigurado, ha- 1ó colores en el semblante y en la retórica, para pintarse vigoroso y dibujar un retrato vivo sobre el fondo de un esqueleto. 11. Como el marqués de Villafranca estaba en- cargado de dar cuenta á Su Majestad del estado de la enfermedad, fué inmediatamente á palacio, aunque con gran sentimiento, por saber habia de ser esta funesta noticia de mucho desconsuelo, para el piadoso corazon del rey, comolo. fué; pues al oirla, levantando los ojos al cielo, dijo: Cúmpla- se la voluntad de Dios: id, marqués, y cuidad de su asisteneia. Volvió á casa y viendo que le iban fal- tando las fuerzas, quiso antes despedirse del varon santo y recibir su santa y última bendicion. Lla- mó á su hijo D. García y entrando al cuarto los dos se postraron de rodillas delante de su cama y el marqués, entre gemidos y sollozos, dijo: «Padre «mio: bien conozco que no me he aprovechado de «los ejemplos y doctrinas que me habeis dado y me «sirve ahora de no poca confusion; pero conocien- «do, que es grande vuestra intercesion para con «Dios, os pido por su amor que cuando os veais en «su presencia, os acordeis de este mísero pecador «y seais mi intercesor, para que Su Magestad me «perdone tantas culpas como contra su bondad he

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