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o cia la dicha de tener en su casa un santo y con él logró tambien un cúmulo de felicidades para sí y para su familia, como veremos despues (1). Tuvo su excelencia muchos envidiosos de esta fortuna y así querian llevársele á sus palacios algunos se. ñores, conociendo su gran santidad y relevantes prendas; pero entre todos, ninguno mas acreedor que su excelencia el marqués de Villafranca, pues el conocimiento práctico de sus virtudes era muy antiguo y venia de muy lejos: nada menos que de Milan, la Lombardía y el Piamonte, donde su ex- celencia le habia tenido á su lado y era su director en todos los negocios gravísimos que ocurrieron, ya en la paz y ya en la guerra, siendo testigo od muchos prodigios y milagros. ) 8. Llegó la hora de comer y sentándose á + mesa entre los grandes, fué su comida, como acostumbraba siempre, de frutas y legumbres, diciendo, para ocultar su mortificacion, que es= taba hecho su estómago á aquellas comidas li= geras y salir de ello, era contra su salud. Así de- pone un testigo de vista en los procesos, que se formaron en Villafranca (2). En aquella comida grande, grande por su opulencia, grande por su ri- queza, grande por su abundancia, grande por su esplendidez, grande tambien por los grandes per- sonajes que la componian y mucho mas grande por la magnificencia de aquel gran corazon de don Pedro de Toledo, que lleno de espiritual júbilo, le (D Cap. 21. n. 11. 2 Proceso de Villafranca, año de 1630, fol. 14.

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