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LA cielo. Hallábase el reino de Nápoles por los años de 1617 en la mayor consternacion que puede ima- ginarse; pues no solo padecia la capital ilustre del reino, sino tambien las ciudades y pueblos: todo era opresion en el gobierno, injusticias, cruelda- des, inquietudes y sobre todo, perturbadas las con. ciencias y vacilante la religion católica. Habian tomado los senadores varios medios, para atajar tanto mal; pero en vano, pues creciendo cada dia mas y mas los excesos, iba todo el reino caminan- do precipitado á su ruina. Juntáronse los senado- res y conociendo que solo el Rey católico Felipe HI podia remediar tantos daños, determinaton en- viar un embajador á Su Majestad católica, para tratar un asunto tan grave y sério: luego se les ocurrió que para aquel negocio no habia sugeto mas apto que el beato Lorenzo. Sabian su gran prudencia, con que Dios le habia dotado, para el manejo de materias graves y árduas empresas. Sabian tambien el aprecio grande, que hacia Feli- pe Tí de su virtud y prendas y Juego le eligieron unánimes; pero temiendo que no admitiria el nom- bramiento, si la obediencia no se lo mandaba, es- eribieron al General y al Cardenal protector de la Orden (sin dar parte al varon santo) para que se lo mandase. Conociendo estos la necesidad, luego le enviaron sus letras, mandándole estrechamente, admitiese aquel honor y luego se partiese á Es- paña. -:3.. Hallábase el siervo de Dios en camino para Brindis, su patria, con el fin de visitar el convento de capuchinas, que con régia liberalidad y magni-

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