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— 38l — á dejar sus sagradas reliquias entre ellos, como veremos en el capítulo siguiente. CAPÍTULO XX. penes Viene d España el beato Lorenzo por embajador ex- traordinario al Señor Felipe III, por el Reino. de Nápoles: pasa d Lisboa, donde estaba la córte y le hospeda en su palacio el Excelentisimo Señor Don Pedro. de Toledo, marqués de Villafranca. 1. La sazon de la miés, que llenó de fértiles gra- nos la fecundidad de la tierra, parece está llaman- do la hoz, instrumento que la habilita, para enri- quecer las trojes. Era la vida del beato Lorenzoal modo de una copiosísima miés que, por la série de sus años y larga edad, y mas por la perfeccion y madurez de sus virtudes habia conseguido el can- dor, vestídose de la blancura y llegado á la última disposicion, para ser reservada en la celestial cá= mara del Empíreo. Habia imitado este ¡ilustre va- ron, viviendo, las virtudes de Jesucristo, en cuanto pudo: habia seguido sus sagradas huellas, y las si- guió é imitó, muriendo en constante puntualidad. La obediencia y la caridad llevaron á Jesucristo á la muerte, que ocasionaron tambien al beato Lo- renzo la obediencia y la caridad, cerrando estas dos heróicas virtudes el período empezado y con- tinuado por las demás. 2. Habia nacido al mundo este gigante espíri- tu, para andar en perpétuo giro, del modo que los planetas mayores rodean con fogosa inquietud el La

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