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o duró este acto, estuvo el rey en pié y descubierto, insinuando al duque y á los demás de la comitiva, cuán diferente era la vida de los religiosos, de la de los seglares. Estaban todos absortos de lo que veian y admirados de que hubiese resistencia para tanto rigor. Dispuso el Señor, que este convento se dedicase á San Antonio de Pádua, y que la pro- vincia tuviese el título de la Encarnacion del Verbo, por eleccion de la reina. Era Su Magestad devotísima de este sagrado misterio, y quiso cele- brar una solemne fiesta, aunque en tan estrecho templo, con real pompa y magnificencia, asistien- do Su Majestad desde las primeras vísperas. Se ce- lebró tan á satisfaccion de la reina, que quiso se hiciese con igual solemnidad una octava á San Antonio, á que asistió tambien mañana y tarde. No era inferior la devocion del rey: gustaba mucho de oir los maitines á media noche, sin reconocer molestia en el prolongado y sencillo canto, que usan los capuchinos. Enterneciase su piadoso es- piritu, oyendo las ásperas disciplinas, con que despues de maitines hacia la comunidad estruen- doso el silencio de la noche y se disponia para los sacrificios de la mañana. Acabada la octava, se restituyeron los reyes á palacio, habiendo estado - hasta entonces en el Retiro; pero despues venian al cunvento todos los domingos indefectiblemente; de suerte, que la villa prevenia frente del conven- to algunos festejos, para que el principe é infantes se divirtiesen. ¡Tanta era la devocion y afecto de estós príncipes á los capuchinos! Estuvieron en este sitio los religiosos, hasta que en el terreno pa

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