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pe Gil, que así le llamaba, por el favor:que aquellos padres le hacian; y los demás capuchinos se que- daron en el hospital, aunque con suma incomodi= dad, por lo estrecho de la habitacion, pero no im- pedia para la gran observancia, que establecieron , en obsequio de la seráfica Regla y sagradas Cons- tituciones, sirviendo á todos de grande ejemplo y edificacion. Empezó la córte á reconocer los inte- reses grandes, que aquellos ejemplares varones la podian ocasionar. Hallaba en ellos consuelo y di- reccion en los accidentes, que se ofrecian de pros- peridad é infelicidad, y venerándolos como orácu- los, consultaba con ellos de una y otra fortuna. Ya el mundo padecia desprecio de sus mismos ama- dores y no pocos,,á imitacion de estos edificativos padres, procuraban en el efecto, ó en el afecto des- prenderse de la servil cadena en que tiene el vicio 'álos que ciegamente le siguen. Bien conocian los devotos de los capuchinos, que no podian subsistir en los Italianos; y así muchos caballeros y señores de palacio ofrecieron á porfia al varon santo casas y terreno para fundar un convento, deseando ya tener parte en tan grande y espiritual obra. Quien primero se señaló fué el Condestable de Castilla. Trató con el siervo de Dios la materia, y ofreció una casa de campo que tenia á media legua de Madrid, con buenas aguas, mucho terreno y en sitio elevado y sano; pero por la distancia no se admitió. El conde de Olivares daba un sitio junto á los padres carmelitas descalzos, pero se halló que era corto. El marqués de Povar D. Enrique Pimentel, ofreció al siervo de Dios una casa y huer- iy
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