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— 317— que obraba el siervo de Dios, le buscó y refirió, lle- no de lágrimas, el motivo de su dolor, pidiéndole con humildes instancias, se compadeciese de aquel inocente, dándole salud. Oyóle con beniguidad el varon piadoso, y habiéndose ántes recogido á una breve oracion, bendijo al hombre, que lleno desde aquel instante de una copiosa espiritual dulzura, presagio de la gracia que habia de experimentar su hijo, se despidió del santo, y volvió á su casa, y el primero que le salió á recibir fué su hijo, si antes feo y monstruoso por aquel bulto tan disfor- me, ahora hermoso y agraciado, habiéndose des- vanecido de repente toda aquella horrenda mons- truosidad. : 9, Julian Plato, caballero Milanés, habia ocho años que vivia lleno de aflicciones en el alma y en el cuerpo, con que se miraba como prodigio poder vivir por tan largo tiempo, un hombre casi sin co- mer, beber ni dormir. Era su hastío tan cruel, que ponerle la mesa, era prepararle un tormento, por lo cual falto de los primeros alimentos de la natu- raleza, estaba como fuera de sí, y ofrecia á la vista en su pálido y macilento rostro, una imágen viví- sima de la muerle, desmintiéndola solo en un con- linuo gemido, á que le obligaba la vehemencia de los dolores. Habiendo, pues, sabido la venida á Milan del varon santo, se hizo llevar en coche á su presencia. Luego que el beato Lorenzo llegó á ver aquel vivo cadáver, se movió á compasior, derra- mando muchas lágrimas; y retirándose á hacer oracion, le dió su bendicion hasta tres veces, y le dijo estas palabras: Zen buenas esperanzas, hijo,
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