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o ron los capilanes todo el recelo, de que habian es- tado (no sin fundamento) ocupados y luego al punto llenos de confianza y de fé, dieron órden de acome- ter al enemigo por todas partes. El varon santo, enarbolando el estandarte de la cruz, echó la ben» dicion á todo el ejército, cuyos soldados, sabiendo la santidad del siervo de Dios, se animaron á con- seguir, 6 una gloriosa muerte ó una esclarecida victoria. Acometieron con increible valor á los turcos, yendo delante de todos el varon santo enar- bolando la cruz con la mano y rompiendo el aire con la voz dulcísima de Jesús. Solo esta voz se oia en el ejército: viva Jesús, viva Jesús: muera Maho- ma, muera Mahoma. Enderezó sus pasos hácia la colina, que parecia un volcan de fuego, y á vista de los dos ejércitos obró un raro prodigio: formó la señal de la cruz hácia aquella parte y al punto se notó con admiracion de los mismos turcos, que toda la artillería, que montaba la montaña, quedó inútil y sin efecto alguno; pues aunque arrojaban infinitas balas, caian sin fuerza ni actividad algu- na, como si fuesen arrojadas de un débil y peque= ño impulso. Animó esto muchoá los católicos, que al contrario no malograban tiro, derribando tantos turbantes, cuantas eran las balas, que conducia sobre la vivacidad de la pólvora, la poderosa mano de Dios. Lo mismo sucedió con lo restante de la artilleríay fusilería; pues como si fueran de lana las balas, caían muertas á los piés de los católicos (1). Andaba el siervo de Dios animando á los sol-

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