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co Dios, dado en la Santa Maríala Mayor á 28 de Ma- yo de 1606, en que le llena de privilegios y facul- tades para que en su nombre absuelva, dispense, conceda indulgencias y en fin una plena potestad apostólica, para ejercerla con todos los que com- ponian el ejército. Autorizado ya el beato Loren- zo con tantas facultades apostólicas, escogió pa- ra que le ayudasen en esta empresa trece capuchi- nos, todos varones espirituales y adornados de un celo grande de la honra y gloria de Dios, luego par- tió para incorporarse con el ejército. Componíase este de diez y ocho á veinte mil hombres, aunque se esperaban algunos socorros; pero el del gran Turco pasaba de ochenta mil. A esta superioridad de fuerzas se llegaba la soberbia y orgullo del bár- baro que lo mandaba. Era este, como se ha dicho Mahometo JII, hombre (si así se puede llamar) de ferocísimo celo en el honor de su secta, y de crue- lisima ambicion en la extension de los dominios. Emperador, que traia perpétuamente la ira en el semblante, para manifestar grandeza y la soberbia en el espíritu, para ostentar poder y magestad. Bárbaro, sediento de sangre católica, á cuyo cora- zon el estrago era lisonja, la crueldad entreteni- miento, la altivez diversion y música la ruina, y gritos del infeliz, cuyo turbante estaba adornado de negros trofeos y venganzas, tejiendo en cada pluma un rayo. Tenia en fin todas las horribles calidades de aquellos mónstruos, que sirven de azole para los cristianos, en mano de la Justicia Divina. Tal era el general de los turcos, Mahometo 11, de quien dicen las historias, que para asegu-

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