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— 261 — tutas cavilaciones. No tiene este enemigo mas ar- mas para ofender, que nuestra propia voluntad: quien sabe enagenarla, la desarma y deja sin fuer- zas. Poco fuera esto, si la obediencia no supiera á las veces vencer á este poderoso contrario con sus propias armas. No hay cosa de la inclinacion del amor propio, mancomunado con el apetito, como la conveniencia, ni cosa tan contra su génio como la penalidad y con ambas sabe hacer cruda guerra esta virtud. Si la obediencia manda la pe- nalidad y mortificacion, la facilita y hace gustosa: si la prohibe, deja la comodidad y negocios el mé- rito. Bienaventurada virtud, que sabe sacar frutos, con lo que se hace y con lo que se deja de hacer. Las penitencias y ejercicios espirituales, que son de suyo santos, gobernadores del querer propio, tienen peligro y acarrean daño: fiados en el arbi- trio de la obediencia, son de mucho mérito y no corren peligro. Es la obediencia (dice San Gregorio el Grande) (1) el único bien para la restauracion de la vida, como la inobediencia fué suficiente mal pa- ra la introduccion de la muerte. Entrando, pues, desde sus primeros años el beato Lorenzo en la es- trecha senda, que lleva al reino celestial, la empezó á correr con los pasos de la obediencia, en cuyo noviciado se ejercitó, cuando á los trece años de su edad quedó al cuidado y gobierno de su tio, de que pendia en todo lo que habia de ha- cer y omitir tanto, que aun entonces parecia ha- ber llevado á aquel rendimiento de albedrío, que 1) $. Greg. lib, 2, in lib, 1, Reg. cap. 4.
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