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o toria cuál fuese la suerte de este infeliz; pero con sus funestas voces nos enseñó á todos los capuchi- nos cuán pronta y ciega debe ser nuestra obedien- cia, aun en las cosas al parecer minimas, pues es delicada la pobreza santa que hemos profesado en la Orden. Sirvió de escarmiento á muchos esta la- mentable tragedia y al varon santo de ejemplo, tomando nuevo horror á las superfluidades, para no consentirlas, ni en sí, ni en los otros. 4. No fué menos ilustre nuestro beato Lorenzo en la austeridad y penitencia, que lo fué en la po- breza santa. Domaba infatigable la carne con las leyes estrechas del espíritu. ¡Dura ley! haber de vivir en uno de dos contrarios enemigos, que siem- pre están en batalla, sin decidir la victoria. ¡Pesa- do yugo! haber de tratar el espíritu hermandades con la carne, entre asaltos de recelos y desconfian- zas de treguas. Incansable vigilancia necesita, quien en tanto rigor ha de mantener la vida. Ex- traordinarias cautelas debe prevenir la discrecion, para que observe sus leyes un contrario tan feroz como es el cuerpo. Este doméstico enemigo, con quien suele la clemencia ser delito y virtud la crueldad, tuvo tan mal hospedaje en el trato del beato Lorenzo, que jamás cobró valor para mos- trarse contrario. Desde niño se impuso una ley severa de no obedecer á los sentidos, aunque con capa de virtud le propusiesen algun deleite. Aun en su mas florida y robusta edad hallamos ejem- plos admirables de penitencia y austeridad, pues no obstante, que en la juventud se necesita mas alimento, que en otra edad para mantenerse robus- e

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