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a O fábricas de los conventos siendo General y lo mismo hizo siendo Provincial en la provincia de Venecia, como veremos en el caso siguiente. Vi. sitando aquella provincia, llegó un religioso á pedirle licencia para dibujar en la celda unas molduras y colocar unas imágenes. Estrañó la sú- plica el varon santo, conociendo, que aun en tan mínimas cosas se ofende á la pobreza seráfica ca- puchina; y negada la licencia, reprendió severa= mente al suplicante. Pero como el trabajo era de poco momento; pues en suma no era mas que for- mar en la pared algunas imágenes devotas (si acaso su poca habilidad no las sacaba ridículas), se per- suadió el religioso á que lícita y seguramente podia ejecutarlo, sin agravio de su estado, pare- ciéndole era escrúpulo y nimiedad del provincial. Para esto esperó que el provincial se ausentase y hacerlo con toda satisfaccion. Así lo ejecutó; pero le salió muy mal, pues en la inmediata visita halló el beato Lorenzo al inobediente súbdito en el lan- ce crítico de morir; y como entonces se ven las cosas como son en sí á la luz opaca de aquella pa- vorosa candela, estaba este infeliz religioso en un contínuo desasoseigo, sin hallar quietud en nada: sus acciones, nacidas de un ánimo angustiado, in- —dicaban un fin funesto y lamentable. Daba tristes alaridos y decia: Quitad, hermanos mios, quitad de aquella pared las obras, que mi ciega desobediencia ha fabricado. Borrad aquellas imágenes: borradlas al punto, pues es un fuego, que abrasa mis entrañas y tiene sujeta d mi alma en terribles penas, mientras no lo quitais. Luego, luego, quitadlo. No dice la his-
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