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iS tre los compañeros, de cuya fatiga no se olvidaba, deseando que pudiesen proseguir aliviados el ca- mino, que solo respecto de sí, no tenia por traba- joso. La pobreza de la comida (que aun siendo Ge- neral observaba) se extendia tambien al hábito; este era áspero y grosero. Hemos visto y tenido en nuestras manos el santo hábito, que se guarda en el convento de la Anunciada de Villafranca del Bierzo, y es sumamente áspero y fuerte, como si .fuera de pelos de cabra. ¡Qué de veces avergonzó con los muchos remiendos de él, á los que en des- igual graduacion no igualaban aquella austeridad! De suerte, que en el hábilo nadie le conociera por superior, nadie por sugeto celebrado, nadie por hombre venerable, nadie por hombre visible, no solo á los religiosos sino tambien á los emperado- res, reyes y príncipes, á cuyo trato y conversacion era tan frecuente. Pero antes ya por esta seña le distinguian- de los demás, pues cuando entraba en las ciudades rodeado de sus súbditos y compañe- ros, preguntando algunos de los que no le cono- cian, cuál era el General, le respondian: 4 quel que trae peor hábito. Mal pudo sin embargo la pobreza é indignidad del hábito que vestia el varon santo, perjudicar á la reverencia que era debida á su persona, y le rendian los pueblos todos; antes aquellos buscados remiendos, le conciliaban mas rendidas y copiosas estimaciones de alabanza y gloria, (1) como cuando los espíritus celestiales canltándosela al Salvador del mundo, recien naci- -fy- Lue;?. 12,

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