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que estaban á su cargo, para que aplicase el debi- do tiempo á su expedicion. 2. Su consuelo era derribarse á los piés de un Crucifijo, y estarse muchas horas clavado con cin- co flechas de amor en el mismo leño, agotando en cada una de las cinco llagas todo su llanto; y sien- do ardiente devoto de aquellas cinco fuentes, don- de bebió su restauracion el mundo, no se duda que fueron muchos y portentosos los favores que recibió del amor crucificado. Al meditar los crue- les tormentos que padeció por el género humano, no podia contener las lágrimas expresivas de su ardiente amor. Cuando consideraba la impiedad de los judíos en atormentar á Cristo (todo piedad, y dulzura para con los hombres), solia su espíritu inflamado exclamar en estas voces: ¡Ah pérfidos! ¡ah crueles! ¡ah inhumanos corazones, que os empleais en atormentar « vuestro Criador! Eran tan vivos los sentimientos de ver padecer al Redentor del mun- do, que todas las penas, dolores, enfermedades y achaques que padecia el varon santo, le parecian nada para ofrecer al Señor. Todas las penitencias y mortificaciones que hacia, quedaban en su esti- macion sin valor alguno, con que poder corres- ponder á lo mucho que padecia su amado. Cuando le asaltaba el dolor mas agudo de la gota, le fati- gaba la envidia, le atormentaba la persecucion, le afligian el hambre, la sed, la intemperie y el can- sancio del camino, se gozaba en la reflexion de complacer á su amoroso Jesús crucificado. Cuan= do se castigaba con el cilicio y la disciplina, no solo tenia el gusto de padecer aquel tormento vo-

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