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e CAPITULO XI. Devoción tiernisima dá Cristo, vida nuestra, d su purisima madre y á otros santos. 1. La idea principalísima donde copiaba el bea- to Lorenzo para su corazon perfecciones, era Cris- to crucificado. Engolfábase en el amargo piélago de sus penas, y considerando aquella humanidad santísima anegada en diluvios de sangre, se desha- cia en lágrimas, viendo los excesos del amor divi- , no y las ingratitudes del corazon humano. Ver á qué estado tan lastimoso hubiese reducido á la ino- cencia la malicia; y ver que la malicia mas obsti- nada, repitiese cada dia con nuevas culpas, agra- vios contra la inocencia, era un dolor tan incom= parable, que si Dios no le fortaleciera, perderia á su violencia la vida. Tenia especial ilustracion pa- ra aplicar sus ejercicios y oraciones por el bien de la Iglesia santa, perseguida y ultrajada de tanta multitud de herejes. Fué verdaderamente abrasa- do el amor que el varon santo tuvo á la humanidad de Cristo, bien nuestro, contemplando de dia y de noche al Señor crucificado. Daba repetidas vueltas su pensamiento por el monte Calvario, perdiendo tantas lágrimas en aquel sitio, donde el amor se desangró todo, que pudieron competir el caudal de sus corrientes con las del mar Bermejo. Desea= ba que los religiosos y varones espirituales diesen principio á su oracion por el monte Calvario ó por alguno de aquellos siete lugares, en que derramó
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