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> bi iba á nuestro convento muchas veces, no solo á oir su Misa, sino á ayudarla aunque tardase mu- chas horas. Así lo dice el famoso historiador Ra- dero en su Baviera ilustrada tomo 4. fol. 169 (1). No fué inferior en la devocion, y afecto el excelen- tísimo señor D. Pedro de Toledo, marqués de Vi- llafranca. Este príncipe, que hallándose goberna- dor y capitan general en Milan, le habia acompa- ñado en las guerras del Piamonte y Monferrato, (como diremos en otro lugar), (2) y habia sido su consejero íntimo, y toda su confianza en los asun- tos mas árduos de su gobierno y que habia sido testigo de muchos prodigios y milagros, que el Señor habia obrado por él, y de haber resucitado muertos (3): este excelentísimo príncipe ayudaba á Misa al siervo de Dios siempre que podia, cuan- do vino embajador la segunda vez al señor Feli- pe II, y le tuvo en su palacio en Lisboa. 10. Ni es de omitir la deposicion que se halla en los procesos de Milan, (4) de una camarera de la serenísima princesa de Mónaco. Dice así: «Ha- «lándome yo camarera de la Ilma. y Excma. se- «hora D.* Hipólita Triulci, mujer del serenísimo «principe de Mónaco, el año de 1619, caminando «á España el P. Lorenzo de Brindis, arribó á Mó- «naco un sábado por la noche que desembarcó «solo por decir Misa. Vino á Palacio á instan- «cias del príncipe, y la princesa luego que le vió, (1 Apud Bull. Ord. t. 4. pág. 153. (2) Cap. 18, n. 12. (3, Cap. 2, n.4. (4 Proc. de Milan fol. 18.

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