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— 219— «mi alma! ¡oh amor mio! ¡qué puro! ¡qué santo! ¡y «qué digno eres de ser amado! Otras veces sacaba de «lo íntimo de su corazon profundos suspiros; otras «tan grandes gritos que se oian de muy lejosy «traspasaban como saetas á quien le oía. Tal vez «todo inflamado su rostro parecia se abrasaba en «vivas llamas y mostraba señales de complacen- «cia y alegría; otras veces se vestia de luto su ros- «tro y con un color pálido y macilento, daba in- «dubitables señas de tristeza y dolor. Todos estos «varios afectos venian á parar despues en una «inundacion suave de lágrimas, que duraba por «muchas horas, con que bañaba seis óú siete pa- «fuelos, que prevenia el ayudante para ponerlosá «su tiempo sobre el allar.» 8. En confirmacion de esto, predicando en Mantua el beato Lorenzo, procuró la duquesa, que la diesen los religiosos algunos pañuelos, y expri- miendo las lágrimas, llenó una pequeña redoma de este sagrado licor, el cual le conservó, junto con los pañuelos, con mucha veneracion. Estas lágrimas algunas veces salian mezcladas con san- gre, y los pañuelos quedaban teñidos con la mis- ma sangre, y aunque los lavasen siempre quedaba la señal de la sangre (+5. Estos pañuelos obradores de muchos prodigios, aun se conservan en Italia, España y Alemania, con singular aprecio. Como eran tan frecuentes los éxtasis y tan larga la dura- cion de la Misa, con las demostraciones externas que hemos notado, procuraban los religiosos, á (y Proc. de Nápol. fol. $2,

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