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— 218— rios, fuego y agua. Diremos que sus ojos eran dos conductos encendidos, 6 dos arroyos inflamados, por donde explicaba el amor, mas calientes sus afectos. Diremos tambien. que el varon santo en el altar, mas parecia victima que oferente: mas sacrificio que ministro; mas hostia que sacer- dote; pues, en aquellas sagradas aras, él era quien se ofrecia, él era quien se abrasaba, consumien- do todo el jugo de su vida, hasta que el humo ar- diente, que su cabeza respiraba, daba á entender que con la abundancia de sus lágrimas quedaba todo consumido. Eran tan copiosos los «raudales de lágrimas que vertia, que bañando los corpora- les y todas las sagradas vestiduras, no podian ser- vir para otro dia sin secarlas: cada instante era pre- ciso ponerle pañuelos para recibirlas lágrimas,y no solo no bastaban para el llanto, pero ni aun eran suficientes para enjugar el copioso sudor en que todo el cuerpo nadaba; pues, como era tanto el llanto de la ternura del varon santo, no bastaban las fuentes de sus ojos para evacuarlo, y próvida la naturaleza, fabricaba á modo de nuestro enten- der, una fuente en cada poro y en todo su cuerpo un rio. Digamos algo de lo que resulta de los procesos hechos en Venecia (1): «Los afectos que en el sier- «vo de Dios se descubrian, durante estas contem- «placiones en el celebrar eran varios, pero todos «admirables y portentosos. Algunas veces arreba- «tado en espíritu, daba muchas palmadas en el «altary gritando decia: ¡Ok Dios mio, dulzura de (1) Proc. de Venec, fol. 66.

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