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— 214— con los mismos accidentes. Estos prodigios y otros, que por la brevedad se omiten, nos obliga á confe- sar, que el ardor de la caridad divina era el que le animaba y mantenia la vida; y consiguientemente podia decir con el apostol (1): Vito, pero no, yo porque vive en mí Cristo. Llegó un dia el santo va- ron á nuestro convento de la ciudad de Plasencia, en Italia, tan enfermo y fatigado que creyeron los médicos fuese el último de su vida. Súpolo el duque y temiendo, si moria, sacasen de su jurisdi- cion el rico tesoro de sus Pm cercó el con- vento con una crecida guardia de soldados, pero recobrado un poco el beato Lorenzo, quiso decir Misa; mas los médicos, teniéndolo por temeridad, lo repugnaban. El siervo de Dios aseguraba, que el remedio de sus dolencias era aquel pan de los ángeles y que privándole de él, era quitarle la vida. Atónitos los médicos entre los principios y reglas de su facultad, que le condenaban á muerte di- ciendo Misa y la seguridad del varon santo, queal contrario, le daban la vida diciéndola, última- mente, aunque con grandes temores, se lo permi- tieron. Fué tanto el gozo, que logró su bendita alma, que redundando en el cuerpo y abriendo esta águila generosa los ojos eclipsados y casi di- funtos, para mirar al sol, no solo no sintió los males diciendo Misa, como otras veces, sino que acabada la Misa, quedó porto impo. sano con admiracion de los médicos. 5. Era lal el fervor que sentia su corazon, 1) Vico autem, jam non ego, vivit eero in me Chistus. Ab Galat. 2. 20,

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