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—= 211— la brevedad que el tiempo le concedia. Preguntó despues cuánta distancia habia al primer pueblo de católicos (porque eran muchos de herejes); y habiéndole informado, que habia cuarenta millas, se resolvió á caminar; y tomando una corta refec- cion, anduvo aquella tarde veinte millas: pasó la noche en una rústica y desabrigada cabaña, en que habitaba como en casa propia la pobreza san- ta y recreado con ella tomó el camino muy de ma- ñana, y llegó ligero en alas de su encendido amor, á tiempo de decir Misa y dar la comunion á sus compañeros, que por la debilidad y cansancio no pudieron celebrar. 3. En la última embajada, que hizo á nuestro católico monarca Felipe III por el reino de Ná- poles; luego que entró en una de las galeras de España, que le esperaba en el puerto, suplicó al comandante, le hiciese el favor de aplicar á tierra y dar fondo todos los dias, para celebrar el santo sacrificio de la Misa, asegurándole no perderian por esto la jornada. El carácter de Embajador, y la fama que tenia de santidad, le movieron al coman- dante á condescender en su peticion harto árdua; pero un dia, corriendo viento en popa con un tiem- po favorable y sereno, por no perder tan buena ocasion de caminar, le dijo el comandante, que ofreciese al Señor sus deseos, de decir Misa hasta otro dia: hízose cargo el varon santo; pero como si esto fuese culpa suya, atribuyéndolo á no ser dig- no de tan gran favor, castigó su cuerpo, privándo- le del pan de los hombres, al que consideraba in- digno del pan de los ángeles. Ni le impedia llegarse

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