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q E y 7. No habia corazon que no se hallase penetra- do de las ardientes saetas, que de aquella amorosa boca disparaba el amor divino. Apenas hablaba de otra materia: apenas escribia de otro asunto: ape- nas predicaba otros sermones, que la caridad y amor de Dios. ln esto ponia todo su conato; en es- to incluia casi lodas sus interiores y exteriores meditaciones, guiado del mismo ardiente espíritu, que descubrió el gran padre de la Iglesia S. Agus- tin (1) en las palabras que se siguen: «De la caridad «son nuestros cuotidianos sermones, por si pudié- «ramos conseguir que ardiese en vuestros corazo- «nes su fuego, hasta levantar una gran llama que, «6 todo lo consuma, ú todo lo purifique y acrisole; «porque no hay nada bueno, si por este fuego no «se hace bueno.» Cuando hallaba alguno, que con vicioso exceso se amaba á sí, le convencia eficaz- mente y daba á entender cuán mal conseguia su pretension; porque solo sabe amarse, decia, quien de veras ama á Dios, en quien están todos los hie- nes, cuya participacion mas ó menos noble, busca siempre el amante para el amado; y explicaba.esta discreta filosofía con lo: que dice San Agustin (2). Amemos lo que es mejor, esto es á Dios, á quien si antepone algun objeto nuestro cariño, entonces ignoramos lo que es amarnos. Cuando era General, encomendando á sus frailes la caridad mútua, se valia de las palabras de San Gerónimo, que ha- blando de ella dice (3): «Esta sola virtud consigue 1) S. Aug: de Laudib. charit. 2) S. Aug. Epist. ad Meced. 3) S. Hieron. ¿n Reg. Monacb. ad Paul.
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