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pa 205 8 $ Dios y negado al siglo, de suerte, que ni en la ni- ñez ni en la mocedad, le debió ni aun aquella hu- mana y casi inexcusable conversacion con los de su misma edad; antes enemigo siempre de las cria- turas, se retiraba á los lugares mas solos, á los se- nos mas escondidos, para gozar con mas continua- cion y quietud de los dulces abrazos de su criador. 6. Nosin misterio grande le parecia á su ma- dre, cuando le tenia en el vientre, que llevaba un pequeño sol, ó globo de luz; mi careció tampoco de misterio aquella luz extraordinaria, que se vió en su rostro cuando nació (1); por lo que le juzgaron sus padres, y con razon, mas criatura celestial, que terrena. Con que parece, que nació ya des- prendido de todas las cosas del mundo, y destina- do solo para el cielo; y así no es mucho no le me- reciesen atencion alguna las criaturas terrenas; y que todo su anhelo fuese como de un abrasado serafin en amar y contemplar las cosas divinas. El fuego encerrado en el horno, no pierde el res- quicio que halló para descubrirse hácia fuera; y el amor divino, que ocupaba el pecho de nuestro abrasado Lorenzo, se explicaba por los ojos, por las acciones y palabras. Dedignábase aun de mi- rar lo que el mundo adora, yá que sacrifica su anhelo: traia siempre elevados hácia el cielo los ojos, porque allí tenia su corazon, allí estaba el centro de sus abrasados deseos. Quien atendiese al rostro de Lorenzo, podria con facilidad inferir donde estaba fijo su ánimo. Nada de la tierra le (DD) Resp. Animad. 1756. pág. 60.
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