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e 2. tró en Venecia, segun hemos dicho en otro lugar, y como todas sus delicias era acudir á los capuchi- nos, obtenida la licencia del superior, se entraba en el coro con toda la comunidady oraba allí con gran quietud, suspension y recogimiento, de suer- te, que admirados los religiosos, apenas podian imitarle. A los diez y ocho años entró en nuestra familia, en que desde luego fué descollándose en esta virtud en tanto grado, que no habia quien le apartase de la oracion. Padeció en el noviciado una grave enfermedad del estómago; pero acudien- do á la oracion, sanó luego de ella. En todas sus necesidades, en todos sus ahogos, en todos sus achaques, acudia á la oracion y de aquí sacaba para sí y para los demás el remedio. Esta era la fragua donde encendida su bendita alma, se unia con Dios en estrecho vínculo de caridad. Discur- rió agudamente el serafin de los doctores San Bue- naventura, diciendo, que la voz caridad importa y contiene lo mismo, que cara unidad, porque une con Dios al alma en estrecho lazo de amor. Es el fuego, símbolo de la caridad el mas propio; porque como este generoso elemento convierte en su subs- tancia todo lo que á él se llega, así el que está uni- do con Dios con el lazo de la caridad, se hace un espíritu con Dios mismo, segun dice el apostol (1). Nadie, pues, se debe admirar, de que el beato Lo- renzo, que desde sus tiernos primeros años habia experimentado en su corazon tan noble incendio de amor divino, se hubiese del todo entregado á (D 1, Cor. cap. 6, 17. A

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