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3. ya” a — 198 — «dian apartar de aquella union íntima que te- «nia con Dios. Que todos sus deseos eran de amar «y servir á Dios. Que en el predicar mostraba tan- «to ardor, que parecia arrojaba llamas: que tuvo «un ardentísimo deseo de derramar su sangre por «Jesucristo: que siempre hablaba de Divs: que so- «lia repetir muchas veces: ¡44! y como debe ser «amado Dios de todo, de todo, de todo corazon! Y que «al decir estas palabras, quedaba como arrobado «y suspenso: que cuando hacia oracion, se le en- «cendia tanto el rostro, que claramente se cono- «cia el fuego que ardia en su pecho.» Estos y otros elogios deponen los testigos en los procesos de su canonizacion. 2. Era tal la union con Dios, que le parecia vi- via ya con su amado; pero recobrándose un poco y conociendo que aun estaba en el mundo, clama- ba doloroso, como otro David (1): ¡Ay de mi, lo que se dilata esta peregrinacion! ¿Cuando vendré y com- pareceré en vuestra presencia, para no perderla mas? Y volviéndose airado contra el tiempo, le argúia de perezoso en sus jornadas. Sentia el poder per- der lo que llegó tanto á amar; y por no experimen- tar lo que temía, amaba mas lo que amaba. Cuando caminaba, todos los objetos que se le ofrecian á la vista, le eran motivo para su enseñanza. Atendia en las aguas de los presurosos arroyuelos la fuga con que huyen de la tierra, hasta llegar á su cen- tro, sin detenerse á mirar lo que veian por el ca- mino que pasaban; y envidioso su corazon de ha-
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