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a qe — 191— de esta Señora. Despues que á todos los tuvo sus- pensos con aquella facundia celestial con que ha- blaba, cuando hablaba de la Vírgen, sacó los opús- culos del seráfico doctor y mostró evidentemente, que el santo enseñaba lo contrario; y que la ma- dre de Dios, por ser criatura, no debe ser adorada como Dios. Probó claramente, que en el Psalterio, que se llama de nuestra Señora, no se halla en to- do él cosa alguna, que sea culto prohibido á una pura criatura: confirmó toda su doctrina con la letanía de la Vírgen, que despues del Psalterio trae el mismo santo, en que á los atributos ó títulos, con que se honra esta Señora, se responde siempre ora pro nobis; añadiendo, que si alguna vez pedi- mos, nos conceda alguna gracia, ó nos libre de al- gun peligro, es mediante la voluntad y beneplácito de su Hijo santísimo, y que ninguna vez la invoca- mos como á deidad suprema. Quedaron todos con- vencidos de la calumnia del predicante, y la de- vocion de la Virgen mas arraigada en los corazones de los fieles, y el hereje tan confundido y escar- mentado, que nose atrevió á volver á tocar el asunto. | 20. Pudiéramos extender en muchos capítulos el ardiente celo de la fé que abrasaba el corazon del varon santo; pero si bien se reflexiona su vida, toda fué conducida de esta generosa virtud. Así lo testifica la predicacion á los judíos en Roma y otras ciudades de Italia: la predicacion á los here- jes de Morabia, Ungría, Helvecia, Baviera, Sajonia, el Tirol y otras provincias de Alemania (como que- da dicho en el capítulo tercero de esta historia.) Las

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