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— 189— tanta elocuencia escribió el varon santo, le aco- metió tan gran pesadumbre, que sin bastar las reflexiones de sus discipulos que le animaban, murió envuelto en una extraordinaria tristeza, y fué á dar cuenta de sus errores al tribunal supre- mo. Este glorioso triunfo (ó muchos triunfos en uno) que nuestro campeon sagrado consiguió de Policarpo, fué de mucho honor para el varon san- to, de singular gloria para los católicos y de con- fusion estraña para los herejes. 19. No fué este solo el triunfo que consiguió de los herejes el invencible Lorenzo: le tenia el cielo destinado para su azote y así le ofrecia las ocasiones para acreditarlo. Pasados, pues, dos años de la victoria de Policarpo, que fué el de 1610, jun- tó el emperador un congreso en Praga, para com- poner las ruidosas diferencias, que habia entre su magestad imperial y su hermano Matías, rey de Ungría: concurrieron varios príncipes de Italia y potentados del Imperio, y entre ellos el elector du- que de Sajonia, aunque ahora no dice la historia, trajese consigo predicante alguno, acaso escar- mentado del trágico suceso de su amigo Policarpo; pero no faltó quien le sustituyese. Apareció en- tre otros un predicante de corte, famoso orador entre los suyos, y lisonjeándose de poder reparar el desdoro, que con la confusion de Policarpo ha- bia antes recibido la religion reformada, quiso por un modo extraño mostrar su sabiduría. Habia ya el emperador concedido, á mas no poder, la confe- sion de Augusta; y subiendo un dia al púlpito, in- tentó con capa falsa de religion, desterrar de Jos

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