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— 177 — adelantándose á sus armas el valor del evangélico atleta, desprendió del cuello la cruz, que de él pen- dia y puesto frente á frente á su enemigo, vibran- do centellas en el instrumento de nuestra reden- cion y arrojando rayos sus abrasadas palabras, cegaban, arrasaban, destruian todo el valor, ar- mas, fuerzas y sentidos de los pérfidos herejes, para que ciegos contra sí mismos, no acerlasen, sino darse muerte unos á otros en el sepulcro o0s- curo de sus sombras. Caian al impulso de sus mis- mas armas, teniéndose por enemigos de ellas; y en funesto destrozo de su rabia, unos mismos eran los homicida y difuntos. Crecian mas y mas las luces que el estandarte de la cruz despedia, para que el sacrilego partido, ciego con tantos resplan- dores, vengase en sus mismos cuerpos el enojo de sus ánimos. Miraba el beato Lorenzo y los solda- dos la fatiga ansiosa con que unos á otros se he- rian inhumanos en turbulenta confusion de desa- ciertos, ensangrentándose mas, cuanto mas cerca vibraba el santo padre la misteriosa espada de la cruz. -12. Admirados los habitadores de aquel pueblo á vista de tan horrendo espectáculo, como el par- tido herético ofrecia á la trágica historia de sus anales, escritos consu misma sangre y publicados con las voces de sus mortales heridas, conocieron que la mano de Dios hubia sido, quien por el bea- to Lorenzo habia peleado tan valerosamente; y des- engañados de lo mucho que los herejes habian fulminado contra el siervo de Dios, pidieron hu- mildes perdon de haberlos tan fácilmente creido. | 12 .
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