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$ — 174— hacer guerra á los vicios y conquistar los errores que ofuscaban los rayos de la verdad, sin tener miedo ó recelo de que pudiese conjurarse la here- jía al ver que rozaba el Evangelio márgenes de su jurisdiccion tirana. Llegó á una ciudad populosa, en que los vicios públicos de los mas principales habitadores arrastraban los súbditos á ser peores; y fué tanto el fervor de su doctrina, la eficacia de sus sermones y el celo intrépido de la ley de Dios, que convirtiendo en Tebaida aquella infausta So- doma, publicó en sus batallas, que no tenia miedo á potencias de este mundo, aunque en sangriento coraje se conjurasen contra él todas; y fueron ta- les los efectos de esta claridad y desinterés, que domó valerosamente todo el orgullo infernal, y abrazaron todos el verdadero camino de la ley de Dios. Lo mismo ejecutó en otra famosa ciudad, que aunque de cristianos, vivia su príncipe como si fuese gentil, contra quien fué tanto lo que trabajó la apostólica doctrina de Fr. Lorenzo, que temió el conde de Vizconti, no solo la muerte del siervo de Dios, sino la suya, por la suma claridad con que habia reprendido públicamente los defectos del príncipe, que se hallaba presente; pero la mages- tad de Dios, que hablaba interiormente al corazon de aquel escandaloso señor, dispuso su alma de manera, que él y todo su pueblo conociesen el desinterés y celo del varon santo, las culpas de sus conciencias y la obligacion, que tenian de llo- rarlas. Así se experimentó, pues agradecido, de- sengañado y edificado aquel príncipe de la suma fatiga y puro amor con que el venerable padre sa-

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