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— 169 — jefe, purificasen sus conciencias por medio de una confesion general (1), para que todo fuese á honra y gloria del Señor, y áeste fin les hizo algunas plá- ticasy el conde de Vizconti se confesó general- mente con el varon santo y derramando gran copia de lágrimas, qnedó muy consolado y contrito. Im- púsole de penitencia, que habiendo de partir á otro dia, le ayudase antes á Misa. Bien sabia el conde que el siervo de Dios solia tardar doce horas en el santo sacrificio de la Misa; pero reputando por muy ligera esta penitencia, la admitió gustoso y alegre. 5. Era costumbre del varon santo empezar la Misa inmediatamente despues de maitines á media noche por facultad apostólica, que al fuego de su amor Eucarístico habia concedido la santidad de Paulo Y. Determinó el conde dormir en el conven- to aquella noche. y acabados los maitines, le lla- maron para ayudar la Misa. Empezóse esta, y como iba tardando y el conde como soldado, no estaba hecho á tanta quietud y silencio, ostigado del de- monio, empezó á titubear en proseguir, ó dejar al sacerdote sin ministro. Pero el siervo de Dios, que por divina inspiracion veia cuanto pasaba en el corazon del conde, disimuló cuanto pudo hasta el forzoso lance de preparar el cáliz y lavar los dedos, en cuyo tiempo, fijando los ojos en el ministro con severidad atentos, reprendió con mudas, aunque penetrantes voces, la inconstancia y desmayo de su ánimo vencido del diabólico impulso. ¡Oh, y cuántos condes hay en el mundo, que tienen por l: Suma pág. 277.

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