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coco que se ponia, de morir á manos de los herejes, que sabia le aborrecian y deseaban quitarle la vida; y así alabando su celo y santa resolucion, le dijo: «Fr. Lorenzo, me parece bien tu fervor en la «conversion de las almas; pero no apruebo que «esto sea con peligro de tu vida. En esta capital y «demás pueblos de mis dominios, hallarás campo «dilatado á tus fervores: aquí tambien hay here- «jes aunque ocultos, y ojalá no fueran tantos: «tambien hay malos católicos: aquí puedes predi- «car sin los riesgos de la vida.» No convino en este partido el varon santo diciendo, que mas ne- cesidad tenian aquellos pueblos de Sajonia y Ale- mania, que los de Baviera, donde habia muchos y buenos predicadores. Ultimamente convino el du- que en que fuese; pero con la precisa condicion, de que habia de ir acompañado de una escolta de soldados para la seguridad de su persona. Mucho sintió el siervo de Dios el resguardo que le ofrecia el duque, pareciéndole, que con esta defensa se le impedia la corona del martirio á que anhelaba siempre su espíritu; y así le rogó con grande ins- tancia, le permitiese entrar en la batalla sin mas armas que las de su fé, por la cual estaba pronto á morir mil veces. 3. Resistiéndose el duque á esta proposicion por las noticias ciertas del insaciable ódio con que los enentigos de muestra catolica religion conspi- raban á la violenta muerte del beato Lorenzo. le habló así el varon santo: «Acordaos, oh serenísimo «Principe, de que el Colegio sánto de los Apóstoles «predicó y propagó la fé que profesamos, no con
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