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e preguntó estando comiendo, dónde habian estado aquella mañana. Y los embajadores y príncipes le respondieron, que á oirpredicar al Padre Comisa- rio de los capuchinos ¿Y qué ha predicado Fr. Lo- renzo? dijo el emperador. Señor, (respondieron) 205 ha hecho presente la obligacion grande que tenemos to- dos de obedecer á V. M. Cesárea, como 4 nuestro verda- deroy legítimo soberano; en cuya confirmacion (dijo), quesi V. M. C.le mandase salir de sus dominios, lo haria con el mayor gusto, tomando la cruz al cuello y el báculo en la maño, como habia venido de Italia. Al oir esto el em rador, arrancó de su “pecho -un gran suspiro y ijo: ¡4h! ¡ah! no puedo ya desterrar dá los capuchinos, porque un Principe mas poderoso que yo, me detiene. No se sabe qué Príncipe fué este que impidió al emperador poner en ejecucion lo que tanto deseaba; pero es fácil creer, que fué el Príncipe de las elernidades. Lo cierto es, que des- de entonces empezó á mejorar de sus tristezas,y volvió á su devocion antigua á los capuchinos, y acabó de perfeccionar los conventos de Viena y Praga, que aun no estaban acabados, y mandó fun- dar otro convento en Gratz com gran Jubilo de los. católicos (1). 19. Caminando el siervo de Dios désdé kignaté á Praga, llegó á Donavert, ciudad libre, puesta en - la ribera del Danubio, y poseida toda de la herejía Luterana. Luego que vieron el hábito capuchino. ¡odioso siempre á los herejes) se alborotó el Popu- lacho, y gritando en confusas tropas, iban siguien- l- Sum, fol. 93, >

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