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fe «8 7, sus religiosos, pidiendo en sus oraciones contínuas y fervorosas el remedio en aquella necesidad, que cada dia iba creciendo mas y mas. Por este tiem- po se juntaron los magnates en cortes generales del Imperio; y siendo los mas de ellos herejes y no ignorando el pensamiento del emperador contra los capuchinos, el cual le tenia como fuera de sí, y anegado en una profunda tristeza trataron en cortes, si eran útiles 6 no en el imperio. Fácil fué la resolucion; y así formaron un decreto, en que hacian ver la necesidad de expeler del reino á to- 3 dos los capuchinos. Presentaron al emperador este decreto con otros, para que lo firmase; pero ¡caso de raro! habiendo firmado el César los demás decre- tos que le pusieron, nunca quiso firmar este aun- quese le ofrecieron muchas veces, sin saber la causa, que sin duda era superior y venia de arriba. -No se aquietaron los herejes; y en otras cortes que tuvieron, pasado algun tiempo, renovaron con mas instancia el decreto; y para mayor seguridad, qui- 4 sieron darle ellos mismos al César, pero el gran canciller no lo permitió; antes bien hallando oca- sion oportuna, habló al César á favor de los capu= chinos, con que se aplacó algun poco su ánimo, pero no el de los herejes; porque viendo frustradas sus esperanzas en las providencias políticas que habian tomado, se valieron de la fuerza. Intenta- ron la noche de Navidad poner fuego al convento de los capuchinos, para que (¡oh impía crueldad! % muriesen abrasados entre las voraces llamas, 6 con el tropel y confusion poderles quitar la vida sin ser conocidos; mas descubierta esta maldad
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